Como parte del proceso de consolidación de un reino unificado y católico, en España se inició una larga tradición en la preparación de la carne de cerdo —prohibida por el islamismo y el judaísmo—, que ha dado resultados tan refinados como la pata negra, un apreciado embutido de cerdo. En este país, además, pueden distinguirse hasta siete gastronomías regionales; quizás las más importantes sean la vasca, la catalana, la del Levante y la andaluza.
Al regresar del primer viaje que lo trajo a estas tierras en el año del Señor de 1492, Cristóbal Colón, quien había probado los productos del Nuevo Mundo, puso los primeros animales, frutas y especias oriundos de América en manos de los Reyes Católicos. Así se inició la mutua influencia gastronómica entre España y el Nuevo Mundo y, a la vez, el oran cambio de la cocina europea. En la península Ibérica el consumo de la papa, por ejemplo, dio lugar a la tortilla española, considerada uno de los platos nacionales del país de los toros.
Pero España no sólo tiene la mixtura nacida de la conquista. La fusión de las cocinas islámica, judía y cristiana en el transcurso de su historia se deja sentir en recetas que denotan, en algunos casos, tener su origen en costumbres religiosas. La tierra de Cervantes nos ofrece dentro de su variedad panes de trigo en todas sus formas y sabores, frutos del mar como el bacalao, y la pata negra, un embutido de cerdo muy cotizado. Mención de honor merecen sus paellas, la olla podrida (no se espante, querido lector: así se llama) y las tapas, peculiaridad gastronómica que, a manera de piqueo, el español saborea de taberna en taberna, acompañado de amigos y de un pequeño vaso de vino blanco o tinto.
España es un país próspero aradas al turismo —su “industria sin chimenea”— y a su comida, pero también ha dado a luz a famosos escritores y artistas cuya mención sería interminable. Relajémonos un poco escuchando alguna melodía de Joaquín Rodrigo o la voz de Plácido Domingo, y disfrutemos del arte culinario español.